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PASTOR DE CABRAS Y GRAN POETA

Considerado por Dámaso Alonso como el "epígono de la generación del 27", Miguel Hernández es uno de nuestros mejores poetas y a mi parecer uno de los más estremecedores y auténticos. Escritores como Pablo Neruda, entre otros muchos, le han dedicado hermosas palabras al joven alicantino:
"Recordar a Miguel Hernández, que desapareció en la oscuridad, y recordarlo a plena luz, es un deber de España, un deber de amor. Pocos poetas tan generosos y luminosos como el muchachón de Orihuela cuya estatua se levantará algún día entre los azahares de su dormida tierra."
Este año, 2010, se cumple el centenario de su nacimiento y no podíamos pasar sin dedicarle desde este rinconcito un pequeño homenaje. Conozcamos un poco más de su vida.
Nació en Orihuela, Alicante, en 1910. Hijo de campesinos, desempeñó, entre otros oficios, el de pastor de cabras. Guiado por su amigo Ramón Sijé, se inició en la poesía a los veinte años. Publicó su primer libro «Perito en lunas» en 1933 y posteriormente, los sonetos agrupados en «El rayo que no cesa», marcaron la experiencia amorosa del poeta. Durante la Guerra Civil militó muy activamente en el bando republicano, siendo encarcelado y condenado a muerte al terminar el conflicto. Antes de morir, enfermo y detenido, publicó su última obra, «Cancionero y romancero de ausencias». Falleció en 1942, con 31 años, en la enfermería de la prisión alicantina por una tuberculosis pulmonar aguda.

Recordar a Miguel es, inevitablemente, volver también a su infancia y juventud, cuya esencia impregna parte de su obra. Lo imaginamos contemplando desde el campo la naturaleza que le rodea. Por las tardes ordeña las cabras y se dedica a repartir la leche por el vecindario. Sentado sobre la tierra escribe sus primeros y sencillos versos. Y entabla esas perfectas conversaciones con su gran amigo, también escritor, Ramón Sijé, joven estudiante de derecho, que le orienta en sus lecturas y le alienta a proseguir su actividad creadora.
Cuando muere Ramón Sijé, de una septicemia al corazón, Miguel, destrozado, crea uno de los mejores poemas de nuestra literatura. Escalofriante, directo y desgarrador. Es inevitable, al leerlo, no sentir un nudo en la garganta. Un sentimiento de dolor tremendamente humano y primitivo que todos y todas experimentaríamos al perder a un ser querido y que solo él ha sabido plasmar de forma tan abrumadora.

Elegía a Ramón Sijé

(En Orihuela, su pueblo y el mío, se me
ha muerto como el rayo, Ramón Sijé,
con quien tanto quería.)

Yo quiero ser llorando el hortelano
de la tierra que ocupas y estercolas,
compañero del alma tan temprano.

Alimentando lluvias, caracolas,
y órganos mi dolor sin instrumentos,
a las desalentadas amapolas

daré tu corazón por alimento.
Tanto dolor se agrupa en mi costado,
que por doler, me duele hasta el aliento.

Un manotazo duro, un golpe helado,
un hachazo invisible y homicida,
un empujón brutal te ha derribado.

No hay extensión más grande que mi herida,
lloro mi desventura y sus conjuntos
y siento más tu muerte que mi vida.

Ando sobre rastrojos de difuntos,
y sin calor de nadie y sin consuelo voy
de mi corazón a mis asuntos.

Temprano levantó la muerte el vuelo,
temprano madrugó la madrugada,
temprano está rodando por el suelo.

No perdono a la muerte enamorada,
no perdono a la vida desatenta,
no perdono a la tierra ni a la nada.

En mis manos levanto una tormenta
de piedras, rayos y hachas estridentes,
sedienta de catástrofes y hambrienta.

Quiero escarbar la tierra con los dientes,
quiero apartar la tierra parte a parte
a dentelladas secas y calientes.

Quiero mirar la tierra hasta encontrarte
y besarte la noble calavera
y desamordazarte y regresarte.

Volverás a mi huerto y a mi higuera,
por los altos andamios de las flores
pajareará tu alma colmenera

de angelicales ceras y labores.
Volverás al arrullo de las rejas
de los enamorados labradores.

Alegrarás la sombra de mis cejas
y tu sangre se irá a cada lado,
disputando tu novia y las abejas.

Tu corazón, ya terciopelo ajado,
llama a un campo de almendras espumosas,
mi avariciosa voz de enamorado.

A las aladas almas de las rosas
del almendro de nata te requiero,
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero.

(Joan Manuel Serrat le puso voz y música en el video que os dejo)

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